Creer es ver.
Mamá, ¿qué tengo que hacer para ser paje de los Reyes Magos?.-Preguntó la pequeña Aina mientras estaban tomando un chocolate caliente frente al calor de la chimenea.
Faltaban unas semanas para el día de Reyes y los padres de Aina llevaban tiempo hablando sobre los preparativos navideños, con quién iban a compartir las comidas y las cenas, qué menú preparar, regalos… Este año además de ayudar con los adornos del árbol y poner las figuritas de Belén, Aina ha ayudado con cosas de “mayores” y quiere seguir con ello, le gusta sentirse una más y le encanta la Navidad.
Aina cariño, para ser paje tienes que ser un poco más mayor. La Navidad es una época de ilusión y sueños y para ser paje primero tienes que saber como crear y transmitir ese espíritu a los demás… Además, es un trabajo muy duro.
No mamá, yo ya soy mayor, y gracias a mí, Nacho se está portando mejor últimamente, y solo le digo que los Reyes lo saben todo, no que se lo voy a contar cuando sea su paje, que si se lo contará, solo le traerán carbón y libros de deberes.- La madre de Aina sonrió, sabía que era verdad y que no había nadie mejor para ser paje real que ella, pero le daba mucho miedo, no quería que su pequeña viendo todo el trabajo que hay detrás, dejara de creer en la Navidad.
Tras unos días de reflexión, finalmente la madre de Aina, decidió darle a la pequeña un regalo de Navidad muy especial. Era una carta, con una ubicación, día y hora. Ella sabía los riesgos que había, pero aún así sabía que era su deseo más profundo. Cuando la recibió ella, fué al revés, ella quería ser paje y el abuelo Javier, su padre, le acompañó cuando llegó la carta hacía ya veinticinco años.
Estaban, a la hora y día estipulado en el centro comercial Little Whinging de Privet Drive. Aina respiró profundo, cogió la mano de su madre y se encaminó hacia el puesto de los carteros reales. Sin saber nada al respecto, sintió que era lo que tenía que hacer.
La cola de niños entregando las cartas era grande, pero no inmensa como en otras ocasiones, por lo que en apenas unos minutos, Aina estaba frente al cartero real de Melchor. Su madre se mantuvo distante, estaba muy nerviosa, pero por la persona que más quería en el mundo haría lo que hiciera falta, como su padre lo hizo por ella.
Aina, ¡cuánto tiempo!, te estábamos esperando.- saludo Aliatar con una gran sonrisa.
Hola.- contestó ella tímida, cuando de repente se escucharon mil campanillas a la vez. Era el sonido que hacían las bolas de navidad de un pino enorme cayéndose.- ¡Ahí estaba mi madre!.- grito Aina con los ojos vidriosos, Aliatar le abrazó.
Tú deseo se ha hecho realidad.- susurró.
Aina se soltó y salió corriendo para buscar a su madre, y justo ahí estaba, debajo del pino, entre los regalos y con la estrella enredada en el cabello.
Mamá, ¿Estás bien?.- preguntó asustada.
Sí cariño, estoy perfecta.- sonrió.
Una vez ya las dos en pie, y confirmando que todo estaba bien, Aina se volteó para ver si Aliatar seguía allí, y decirle que quería ser paje de los Reyes Magos este año, pero había desaparecido. Pensó que se debería sentir triste, pero todo lo contrario.
Te queda bien ese tocado mamá.- dijo Aina refiriéndose a la estrella en el pelo de su madre y ambas se echaron a reír, no sabían porque las había invadido la felicidad.
Según salían del centro comercial, un niño se abrazó a las piernas de la madre de Aina, ella miró la situación contrariada, ¿quién era ese pequeño y porque saludaba a su madre? Sin embargo su madre le llamó por su nombre y le dijo que estaba orgullosa de él. Los padres del pequeño vinieron corriendo, disculpándose por el comportamiento del niño, y verdaderamente, ¡no conocían a su madre! Aina pensó que debía de estar alucinando por el cansancio y las emociones fuertes del día.
¡Nacho!, ¡Aina!, ¡Vamos!.- gritó el padre de ambos desde el coche,- A este ritmo no vamos a llegar ni a la cabalgata.
En su pueblo, era tradición la tarde del cinco de enero hacer una representación del nacimiento del niño Jesús y la adoración de los Magos de Oriente antes de la cabalgata, y era tradición familiar el participar en la misma. El abuelo Javier y su madre solían estar siempre metidos en la organización ayudando. A ellos les encantaba verlo, aunque hiciera mucho frío.
Finalmente llegaron y poco después se empezó a escuchar la voz del narrador dando comienzo: “Cerrar todos los ojos, todos, los mayores también…”
Oh no!,- pensó Aina.- esto no es normal, no veo negro, y si cierras los ojos ves negro.- al cerrar los ojos, era como si dentro de ellos, en los párpados, viera las caras de todas las personas que creían en la navidad, veía sus ilusiones, y también sentía su dolor, podía hasta saber sus miedos más profundos.
Abrió los ojos asustada, pero delante de ella, la representación seguía su curso normal, y su padre y hermano estaban ahí. Sin querer dió un pequeño golpe a la mujer que tenía al lado, y al girarse, sabía su nombre, su edad, dónde vivía, que era buena aunque tenía carácter y todo lo que había escrito en su carta a los reyes.
¡Soy paje!.- suspiró feliz.
Una mano tocó su hombro, según se giraba para ver quien era, cruzó una mirada con su padre, él asintió, no hicieron falta palabras. Y sin ver con quién se iba, se dejó llevar.
Caminó junto a tres adultos, todos los niños los sonreían, algunos alargaban la mano para tocarlos y otros mucho se abalanzaron a ellos buscando un abrazo. Tímidamente, levantó la cara para ver si su teoría era cierta, para confirmar que fueran los Reyes Magos, pero se encontró con tres figuras muy conocidas: Su abuelo, su madre, y su tío.
Según se separaron de la multitud, una nube de purpurina los rodeó y todos vieron sus ropas cambiadas, iban con largas capas y sombreros con plumas. El traje de Aina constaba de un pantalón tan azul como el cielo de primavera, una casaca a juego y un cinturón dorado, del mismo dorado de polvo de hada de su capa, el sombrero era muy calentito y acolchado con una pluma en el centro. Eran los ropajes del paje de Melchor.
Mamá, ¿somos todos pajes?.-
No cariño, déjame que te explique: La carta que te llegó, es la carta del Espíritu de la Navidad, esa carta solo llega a las personas que lo piden, pero son de corazón puro, no llega a todo el mundo que quiere ser paje, está elegido con mucho cariño. Cada rey, solo puede tener un paje, yo he sido durante veinticinco años paje de Melchor.
¿Y si ahora yo soy paje de Melchor?, ¿de quién eres paje tú?
Aquí viene lo complicado cariño: Cada vez que entra un paje nuevo es porque el anterior ha tomado la forma de rey. Cada familia tiene los suyos, como mi madre, la abuela, ya no puede ser más rey por salud, la magia de la Navidad me ha otorgado ese honor a mi, y te ha enviado la carta a tí, para que te eduque en el espíritu, como me he estado formando yo durante tantos años.
Entonces, ¿el abuelo es Melchor?
Sí cariño.-
¿y tu Gaspar? ¿y el tío Baltasar?
Sí.- respondió la madre con miedo a la posible decepción de su hija. Muchas personas, después de este momento pierden la ilusión y son adultos que no creen en la Navidad.
Aina se quedó pensativa, ante todo lo que le acababa de decir su madre, y no podía ser más feliz. Los Reyes Magos le habían otorgado a su familia un don, el don de ilusión, y habían confiado en ella para que transmitieran el espíritu navideño a las personas de su alrededor y que llevara alegría a los hogares de sus seres queridos. ¿Hay mejor regalo para la noche de Reyes?
“Ver no es creer, creer es ver” Judy, elfo de Scott Calvin (Santa Claus)
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